Encuestas: “Suponer que la suma de cierta cantidad de votos puede favorecer a un candidato único no es tan simple”
La cientista política Ana Lucía Velasco observa la manera en que se están leyendo las encuestas preelectorales y analiza las formas en que estas se elaboran, comparten e impactan. En su criterio, el abuso de esta herramienta puede agotar, confundir y polarizar aún más a la ciudadanía.
En esta entrevista, la politóloga, analista y docente universitaria Ana Lucía Velasco examina el impacto que tienen las encuestas de intención de voto en este encendido periodo preelectoral, donde además las redes sociales juegan un rol determinante en la amplificación de los resultados. Velasco, que también fue coordinadora del Proyecto Unámonos, alerta del uso de las encuestas como un “arma efectiva” de manipulación, incluso para el más informado.
— Las encuestas aparecen como hongos en etapa preelectoral, ¿qué recaudos debe tomar la ciudadanía al respecto?, ¿cómo fiarse de alguna?
— Es súper importante comenzar con esta pregunta. En época preelectoral y con el gran impacto que tienen las redes sociales, uno debe andar con cuidado; de cierto modo, desconfiar de todas. En general, las encuestas son caras, una seria tendría que costar entre 30.000 y 50.000 dólares y preguntarnos quién puede pagar esto debería ser la primera bandera roja. Por otro lado, son un ejercicio ultratécnico y si alguna empresa no firma la encuesta es otra bandera roja. Una empresa seria debe dar ese respaldo y en Bolivia son pocas. Una tercera bandera roja es que una encuesta y un sondeo no son lo mismo; yo podría usar mis redes sociales para preguntar por quién votarán mis contactos en las próximas elecciones y eso no es una encuesta, sino un sondeo. Una encuesta debe hacerse con una muestra representativa de la población que vota, o sea, mayores de 18 años, hombres y mujeres, del área urbana y rural; por eso cuestan tanto, pues implica movilizar mucha gente. El que alguien responda una pregunta por internet, así sean miles, no representa nada si no se cumplen estos criterios técnicos.
— En todo caso, que una encuesta sea realizada con parámetros científicos no implica, necesariamente, que no tenga algún tipo de sesgo en función del cliente. ¿Es esto probable? ¿Un cliente puede validar las preguntas o tener control del estudio de otras formas?
— Esto es clave. Las encuestadoras pueden tener un excelente dominio científico y técnico de su trabajo, pero sí dependen de su cliente. No obstante, mientras más prestigio tenga una encuestadora, menos se va a exponer a “quemarse” por un contrato. El cliente siempre imprime un sesgo en el estudio, pero una empresa seria debe asesorarlo técnicamente para que la encuesta salga bien, incluso si el cliente insiste, y en tal caso también entra en juego la ética de las empresas. Lo propio sucede con las preguntas, un cliente puede validarlas, pero es labor de una empresa seria explicarle y convencerle técnicamente de cuál es la manera correcta de hacer la pregunta. Como cuando uno confía en su médico, el cliente debería confiar en el técnico que contrató.
— En estos días circula un alto volumen de información sobre al menos un par de encuestas elaboradas por empresas de prestigio. Considerando el contexto político, social y económico, ¿cómo se deberían leer sus resultados?
— Yo soy de la opinión de que hasta que no haya candidatos reales, estas encuestas son inútiles para la ciudadanía. El estudio puede estar muy bien hecho, pero de qué nos sirve ver en las listas a supuestos candidatos que ni si quiera han confirmado su participación. Para mí, hay gente invirtiendo en estas encuestas con el único fin de influir en el electorado; buscan que veamos los resultados y digamos: “este y el otro tienen chance de ganar, tal vez debería votar por alguno de los dos”. Y no digo que la encuesta esté mal hecha, sino que buscan condicionar la opinión pública. Como ciudadana, mi política es no prestarles mucha atención hasta que haya candidatos oficiales. Creo que no se dan cuenta del impacto negativo que esto puede generar: agotar a la gente, confundirla y polarizar más a la sociedad. Y por lo que se ha visto, todavía hay un número relativamente grande de personas que no han decidido su voto.
— Usted hace notar que en política la aritmética no es simple; es decir, si una encuesta muestra a dos candidatos de oposición en una ubicación expectante, eso no significa que quienes apoyan a uno vayan, necesariamente, a votar por el otro en caso de que se busque la unidad…
— Muchos ven este proceso solo como una pulseta entre oficialismo y oposición, MAS versus anti-MAS; he leído que la suma de cierta cantidad de votos expresados en las encuestas puede favorecer a determinado candidato, pero no es tan simple, puede que sí o puede que no. En las encuestas preelectorales no hay que preguntar a la gente por quién votaría, lo mejor es pedirles que pongan a los candidatos en un ranking, para entender cuál es su primera, segunda y tercera opción, hasta la última, es decir, aquel por el que nunca votarían. Así se sabe a dónde van a parar los votos de un candidato que se retira y se pueden analizar escenarios sin hacer suposiciones irresponsables. Un ejemplo de esto y que ha sido bien estudiado, es lo que sucedió con Chi Hyun Chung en 2019 cuando obtuvo 8% de los votos, de los cuales cerca del 90% era de exmasistas y 10% de Carlos Mesa, por un asunto muy ligado a lo religioso. Pero en 2020 solo logró el 1%, ya sea porque los seguidores del oficialismo no se quisieron arriesgar por un outsider o porque al ver al gobierno de Jeanine Áñez prefirieron quedarse con el MAS. Esto prueba que el comportamiento electoral es muy complejo.
— Entonces, ¿qué otros factores se deberían tomar en cuenta al momento de estructurar una encuesta?
— Creo que hay dos tipos de encuestas: unas que son para la población, y donde además de la intención de voto se debería indagar sobre los temas que le preocupan al electorado y su punto de vista acerca de las propuestas programáticas en asuntos como la crisis económica, el empleo, los combustibles y otros. Así, estos temas entrarían en la agenda electoral y no todo se reduciría a la guerra sucia. Y también están las encuestas de favorabilidad, que son de uso interno y estratégico para la campaña política; en estas se puede medir con qué ojos mira la gente a uno u otro candidato con la finalidad de “robarle ese mercado”, es decir dónde pujar por ese voto. Esto se parece mucho a una especie de estudio de mercado, pero cuando ese tipo de datos salen al debate público, yo creo que confunden y polarizan a la gente y esta tiende a confundir favorabilidad con voto. El que yo tenga una opinión relativamente buena sobre alguien no implica que le voy a dar mi voto, pero la gente no hace esa distinción al ver las encuestas; como ya dijimos, es más compleja su interpretación.
— Con esas consideraciones, ¿en cuánto pueden variar los resultados de encuestas similares a futuro?
— En mi criterio, un montón; como ya decía porque no hay candidaturas oficiales. Algunas incluyen a Evo Morales y Andrónico Rodríguez y no sabemos si podrán candidatear, tal vez los incorporan como estrategia política, pero el propio Morales podría hacer una jugada y lanzarse como candidato a senador. Por tanto, todo es incierto aún. Y más allá de esto, cuando la campaña sea oficial van a ser tres meses muy intensos, donde las candidaturas se jugarán el todo por el todo. Si tienen alguna información jugosa contra el oponente van a esperar hasta la última semana para lanzarla y afectar el voto, sin darle tiempo a reaccionar. Si a esto se suma el recrudecimiento de la situación económica, la gente se angustiará y los candidatos más polarizantes y radicales capitalizarán ese miedo. Además, siempre cabe la posibilidad de que algún candidato oficial se baje de la carrera. Todo esto hace que los resultados de las encuestas puedan variar mucho incluso si están bien hechas.
— No es un descubrimiento ni un fenómeno nuevo: las encuestas son un arma de las campañas políticas, ¿qué debe saber la ciudadanía al respecto?
— Por supuesto que sí, 200% seguro que las encuestas se emplean como un arma política. Si la gente quiere proteger su salud mental y evitar la manipulación debe estar segura de que las encuestas son utilizadas así. Y en cierta medida yo sí aplaudo el control que hace el respecto el Tribunal Supremo Electoral, pues es muy fácil ponerle el título de encuesta a cualquier sondeo o gráfico de barras con la idea de influir en la opinión pública. Y ojo con esto: muchos creemos que no somos manipulables, que estando mínimamente informados somos inmunes, pero las encuestas son un arma electoral eficiente precisamente porque atacan a un área de nuestro cerebro que es muy vulnerable: nuestro sesgo de la confirmación. Todos queremos y creemos en algo y deseamos que suceda y si una encuesta lo confirma refuerza mi creencia. Tenemos que ser personas con mucho pensamiento crítico y gestión emocional para no dejarse llevar por una encuesta. Y hay que empezar a reconocer que nuestro talón de Aquiles son nuestras creencias.
— En cuanto a las encuestas del bloque opositor para conocer al candidato único, la información es escasa. Se dijo que Samuel Doria Medina pagaría una y Jorge Quiroga otra, pero no habría dinero para la tercera ¿En qué medida resulta representativo un estudio si está a cargo de más de una empresa?
— Hacer tres encuestas idénticas es un desperdicio de dinero, de tiempo y de recursos impresionante. Esto solo podría explicar que hay recelo entre ellos y que no pueden confiar en que una encuestadora arroje datos confiables. Con lo caras y difíciles que son de hacer, me parece súperextraño. Lo mejor es que haya una sola empresa que haga la encuesta y que todos estén de acuerdo con ello, pero ahí te das cuenta cómo lo político es tan relevante. Quien sea que las pague es posible pensar que desconfía de ese sesgo del que hablábamos antes. En todo caso, para mí es una muestra de que la unidad que propugnan es ficticia, no es una unidad real porque ni siquiera se pueden poner de acuerdo en esto; imagínate si fueran gobierno.