Cuando los términos llocalla e imilla son utilizados para discriminar 

El significado de estas dos palabras no tiene ninguna connotación negativa, pero en determinados contextos se ha distorsionado para ser usadas como insultos y alimentar las narrativas de odio.

Imagen:Colprensa.

Marcelo Blanco

“Estos llocallas”, “qué te pasa imilla”, son expresiones recurrentes en comentarios y publicaciones en las redes sociales, pero también se escuchan en las calles para manifestar molestia y mostrar odio hacia otras personas o determinados sectores de la sociedad. 

En el actual contexto de polarización político-social, ambos términos se emplean para alimentar las narrativas de odio, elevando el sesgo racista y discriminatorio que fueron acumulando desde la colonia. 

Llocalla significa varón o chico, joven o niño traducido del aimara; en tanto, que imilla significa mujer o chica joven. Ninguno de estos términos posee una connotación negativa en sí mismo, pero la carga que se les da al ser usados en espacios públicos donde emergen las tensiones los convierte en insultos altamente segregacionistas.

Racismo y discriminación en redes sociales

Posteos donde el término “llokalla” es utilizado de forma despectiva.

En los siguientes ejemplos (1, 2) se puede ver el uso malintencionado de la palabra llocalla, donde es tomada como un insulto o para expresar odio hacia alguien.

También se encontraron posteos con un tenor similar con el término imilla:

En esta imagen falsa fue realizado un montaje con el rostro de la alcaldesa de El Alto, Eva Copa.

Un ejemplo del uso de la palabra imilla para alimentar la narrativa de odio es un meme sobre la alcaldesa de la ciudad de El Alto, Eva Copa Murga, que se hizo viral. De hecho, no es la primera vez que llaman de esa manera a la expresidenta de la Cámara de Senadores. Sobre el particular, el escritor e historiador Camilo Katari publicó en 2020 un artículo donde analiza los comentarios realizados en redes sociales en referencia a Copa. 

“’Esta imilla p’asposa quiere ser presidenta”, reza uno de los miles de mensajes racistas que circulan en las redes sociales. La destinataria de esta frase es, nada menos, que la presidenta del Congreso nacional, que al parecer queda disminuido con el nombre de Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP)”, se lee en una parte del texto publicado el 25 de mayo de 2020 en la página de la Agencia Plurinacional de Comunicación (APC) Bolivia.

El escrito alerta de la naturalización del racismo, pese a que la Ley 045 Contra toda Forma de Racismo y Discriminación está plenamente vigente y a que la propia Constitución Política del Estado (CPE) reconoce que todo boliviano y boliviana gozan de los mismos derechos en igual de condiciones.

La antropóloga y periodista Drina Ergueta, miembro de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, también compartió un artículo sobre el temas, el 25 de junio de 2020, bajo el título “La imilla y la normalidad racista en Bolivia”, disponible en la página AmecoPress.

En su texto, Ergueta expone que el uso del término imilla cobra significado de insulto en un contexto marcado por la exacerbación del racismo a raíz de la polarización política. 

Consultada por Bolivia Verifica sobre este tema, la autora reafirma su análisis: “Se utiliza la palabra imilla como un insulto o como una forma de marcar un desprestigio social, se trata de una forma de discriminación, de exclusión y de humillación”.

Agrega que a esta actitud “racista y clasista” se suma la discriminación en razón de género: en el caso de Copa, al ser mujer, con ese término se la coloca únicamente “en una actividad de servicio”.

Distorsión del significado de las palabras para generar discursos de odio

Teniendo en cuenta que el significado de ambas palabras no muestra algo negativo, al análisis de Drina Ergueta se suma un texto elaborado por el escritor, periodista y comunicador Fernando Molina, quien coincide en que el uso discriminatorio de estos términos tiene como fin generar odio hacia determinado sector social.  

“Existe una narrativa de odio en la que se ponen connotaciones negativas a palabras aimaras como imilla, pero no es algo actual, sino que se lleva construyendo y consolidándose durante siglos, desde la invasión y colonización de América”, sostiene la antropóloga. 

Molina afirma que el uso de ambas palabras con una connotación discriminatoria y de odio se da en la medida en que están dirigidas a desconocidos, mientras que cuando se trata de gente cercana, suelen emplearse de manera “cariñosa”.

“Cuando se usan en español, de un hispanoparlante relacionado con una persona que no es familiar ni amigo suyo, normalmente tiene un propósito despectivo y en tal caso, puede ser parte de discursos que buscan denigrar, designar o impedir”.

Añade que se suele recurrir a estas expresiones para impedir procesos de blanqueamiento o en su caso de mestizaje.

En su libro Racismo y poder en Bolivia, Molina abordó el uso de la palabra llocalla como una forma de discriminación. “Las agresiones son, normalmente, verbales y consisten en la utilización de apelativos y motes con intención denigratoria: llocalla, birlocha, cunumi, camba, colla, chapaco, etc.”, se lee en la página 41 de su texto.

Al ser entrevistado por Bolivia Verifica, detalla que usar imilla y llocalla en la actual coyuntura tiene como finalidad “designar a las personas como indígenas”, mostrando superioridad étnica en términos históricos.

“Cuando tiene ese sentido denigratorio, el de disminución de la persona que recibe el apelativo, puede darse en personas de todos los estratos sociales, aunque normalmente se presenta con mayor frecuencia en los descendientes blancos, porque así ellos expresan su identidad superior en términos históricos respecto a la identidad de otros”.

Ergueta coincide en que el lugar y el contexto pueden darle a estas palabras un sentido diferente. “Es así que en el área rural aimara, imilla significa y connota simplemente la idea de una niña o mujer muy joven. Mientras que en las ciudades, donde el aspecto racial se une al de clase social, puede desconocer el significado de origen”. 

Y cita ejemplos concretos: En las urbes prima la connotación negativa asociada a la idea de “mujer joven del servicio doméstico, ignorante pero atrevida”. En el caso de llocalla, la resignificación es la de un niño o joven “ignorante, atrevido y pendenciero”. 

En una sociedad racista principalmente urbana —dice la antropóloga— el “patrón” es la persona que, siendo de tez blanca o no, usa estos términos como calificativos negativos para diferenciarse “de ese otro que no quiere ser”.

¿Cuándo se distorsionó el significado de las palabras imilla y llocalla?

Tanto Ergueta como Molina concuerdan que el uso discriminatorio de ambos términos se asocia a la colonización de América Latina y al proceso de mestizaje de su población. 

Una invasión y una conquista implica el sometimiento de un pueblo por otro, de una cultura por otra; implica no solo una destrucción física de vidas humanas, sino también de todos sus elementos simbólicos y culturales, como es la lengua”, dice Ergueta.

De hecho, lo llama un “genocidio cultural”, aunque en el caso específico de la cultura aimara, destaca que “esta ha sobrevivido”. “Sin embargo, aún existe una discriminación lingüística, pese a que en las últimas dos décadas se ha intentado revalorizarla, reconociendo a esta lengua y a otras nativas en la nueva Constitución Política del Estado del 2009 como oficiales.

La antropóloga explica que el uso peyorativo de la palabra imilla, “cuando es tan bonita”, es una muestra de lo que falta por hacer. “En todo caso, los términos indio, imilla, llocalla, tata, chola y otros son cada vez más reivindicados o transformados, atribuyéndoles connotaciones de lucha por nuevas generaciones orgullosas de sus orígenes”, dice.

Los términos provenientes de la lengua aimara: “llokalla” e “imilla” se refieren a jóvenes hombres y mujeres. Imagen: Blogitravel/Arleco Producciones.

Molina entiende que estas palabras se usan para subrayar la ascendencia de una persona. “Cuando una persona dice que un joven es un llocalla está diciendo que no pertenece a la identidad dominante en la sociedad boliviana y que proviene del campo o que carece de los elementos educativos que son propios de la modernidad y de las clases sociales, de los grupos sociales relacionados con la élite que son un conjunto de hábitos y conocimientos eurocentristas relacionados con una idea de educación urbana, de educación en el intercambio, en el diálogo”. 

Si bien Bolivia tiene una ley que sanciona toda forma de racismo y discriminación, además de otra normativa que declaró el 24 de mayo como Día Nacional contra el Racismo y toda forma de Discriminación, estos casos son cotidianos.

Palabras provenientes de idiomas nativos son empleadas para promover el racismo, la discriminación y el odio hacia quienes se identifican con otras naciones o tienen rasgos indígenas.

*Este es un trabajo en alianza entre la Fundación Para el Periodismo de Bolivia, Bolivia Verifica, Proyecto Desconfío y Datos Concepción de Argentina, con el respaldo de la International Fact-Checking Network del Instituto Poynter para desarrollar un proyecto que busca contrarrestar  la desinformación y el discurso de odio, cuyo principal fin es de promover el diálogo por medio de una cultura de paz en el país.

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